Capítulo Cinco - El Comienzo del Caos

Oían doblar las campanas de la Catedral de Santa Ana y a una
multitud de cadáveres intentando atravesar los portones, cuando Braulio avistó
algo caer desde el campanario.
-Era el cura, estoy seguro...
Cada uno de ellos había vivido circunstancias muy diferentes.
Hablaban de sus experiencias con distintos resentimientos, pero sus recuerdos
tenían muchísimos puntos en común. A Leila le impresionaba especialmente la
frecuencia con la que ellos recordaban sus vivencias en términos sonoros:
campanadas, disparos, la voz de Corsario cada vez que volvían cansados después
de buscar más recursos. También le sorprendió la capacidad de resistencia del
grupo. La entereza y fortaleza personal de cada uno de ellos.
La pandemia ocurrió en tres olas. La primera ola surgió cuando un
brote de influenza leve se produjo a finales de Diciembre y Principios de
Enero. La segunda ola comprendió un brote de influenza grave a finales de Enero
y la última ola ocurrió en Febrero.
-Mi madre, mi padre y mis dos hermanas fueron mordidos. Fueron
horas muy triste, había una especie de duelo cubriendo la ciudad de Las Palmas
-rememoró Doc bajando la mirada mientras apretaba los puños de rabia
contenida-. Cuando se miraban las calles, apenas se podía ver a alguien
caminando por ellas. La gente se quedaba en sus casas porque tenían miedo...
-Hubo escasez de médicos y enfermeras durante Enero, porque la
mayoría huyó... -rememoró Braulio cabizbajo-. Así que habíamos una mezcla de
personal médico tanto cualificado como con alguna formación, y aquellos que
básicamente eran personas con una gran conciencia cívica que querían participar
en el cuidado de los enfermos... que pronto se nos echaron encima... ¡Malditos
hijos de puta! Esas personas tan valientes arriesgaban sus vidas para ayudar y
la mayoría fueron mordidos.
-En realidad la mayoría de las personas no consideraban que el
virus de la muerte pudiera causar la muerte... -susurró Menta.
Leila lo había visto con sus propios ojos. Los pueblos, campos seguramente
se habían convertido en inmensos cementerios como la ciudad de Las Palmas de
Gran Canaria...
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"Los Barcos seguían en la costa, tampoco
contenían señales de vida..."
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Salieron del coche y
observaron la ciudad desde la avenida marítima y respiraron la brisa corrupta
de los cuerpos putrefactos que decoraban frotando en el mar. Eran las cuatro y
media de la tarde, y no hacía demasiado calor. Después de tantas veces nombrar
a los militares observaron detenidamente a los barcos que seguían anclados a la
cosa, tampoco contenían señales de vida… Los barcos abandonados se iban
encallando en la costa. Menta sugirió que se quedaran en algún edificio de los
alrededores durante un par de días. Él se encargaría de explorar y saquear los
negocios cercanos, en busca de alimentos, sin embargo los demás no querían
separarse y tenían miedo.
Cuando Menta regresó
con bolsas llenas de comida y ropa, le dijeron que estaban muy orgullosos de
él. A la joven le llevó unos pantalones nuevos y unos támpax.
-Muchas gracias…
-No te preocupes, imaginé que te vendrían bien.
-Muchas gracias por el detalle…
Había empezado a llover sobre la Ciudad de
Las Palmas de Gran Canaria cuando leila preparó la cena con un mixto de comidas
variadas enlatadas, y no había demasiados zombis en las calles cuando todos se
sentaron en círculo a almorzar. En muy pocas horas el sol se ocultaría y debían
encontrar un lugar seguro para pasar la noche. Menta observó a la joven con
templanza, hasta que ella se dio cuenta de que la miraba. Entre ellos, miradas
de apoyo incondicional, sin hablar de los muertos: Corsario, Leila y Laura y
muchos antes que ellos.
Salieron por la
tarde noche, caminaron una hora sin pausa, entre coches accidentados y
cadáveres. Leila parecía agotada, pero tenía fuerzas para continuar andando.
Tomaron un atajo y llegaron a una pequeña tienda de comestibles sin mucho
problema. Una vez allí empezaron a buscar entre los estantes. Ella se sentó a
un lado a descansar, pero con los ojos bien puestos y vigilando el perímetro
por si veía algo moverse.
Habló con Menta
sobre su familia, sus amigos del instituto y sus profesores. Él le contó que
antes de toda esa locura fue un abogado muy prestigioso en Las Islas Canarias.
Él le confesó que al principio no imaginaba que podría sobrevivir a un
holocausto zombi, pero le sorprendía continuar con vida y aguantar tantas
penurias.
El año anterior había
tenido una novia y habían roto por celos y alguna infidelidad. Meses antes de
toda esa locura había decidido volver con ella porque la había dejado
embarazada.
-Contarlo me hace sentir mal…
-No tienes que contármelo –aseguró Leila.
Pero él quiso contárselo,
necesitaba sacarlo fuera y liberarse de la culpa, pero que no se lo dijera a
nadie… Dijo que cuando fue a buscarla estaba infectada y ya era un zombi,
embarazada de siete meses…
Ella le dio un
abrazo comprensivo y le dijo que si era obra de Dios, era un maldito hijo de
puta por hacerles eso a su novia y a su hijo… No entendía quien coño había
hecho algo así…
Leila acompañada por los tres, no se sentía tan desprotegida. La
miraban continuamente, sin perderla de vista. Braulio se entretuvo en la
entrada cogiendo todos los paquetes de cigarros rubios que encontraba. Menta y
la joven entraron en el almacén. La mando a guardar silencio cuando escuchó un
gemido extraño. Él aferró sus dedos al machete, mientras ella observaba
cualquier movimiento extraño. Olía a podrido, a cada paso que daba ese olor nauseabundo
se le metía por las fosas nasales como si fuera amoniaco puro. Pronto lo vio y
se apartó ligeramente. Un infectado, seguramente el dueño de la tienda. Estaba
atado con cadenas a la pared, descompuesto, esquelético y sin poder moverse si
no era el cuello. Menta empuñó el machete y se lo clavó por la sien con una
fuerza de rabia imponente. Leila vislumbró su acción y salió del almacén dando
pasos hacia detrás atravesando el umbral de la puerta. Doc se percató de su
mirada aterradora y se acercó hacia su posición empuñando una navaja multiusos por
si las moscas. Pero Menta ya salía del almacén con varias botellas de Ron. La
sonrisa le llegó de oreja a oreja.
-¡Rápido! -advirtió Braulio-. ¡Se acercan infectados!
Los tres salieron de la tienda cargando
con bolsas. Braulio que había asumido el mando del reducido grupo avisó de la
posición de los infectados con movimientos de sus manos y dando ordenes con el
walkie talkie. Avisó del siguiente movimiento y avanzaron por el atajo lo más
rápido posible, pero desgraciadamente, la calle que comunicaba con el edificio
que habían tomado como fuerte, estaba rodeado por zombis y se vieron
involucrados en un caos incesante. Pronto se les echaron casi encima, solo
pudieron correr para salvar sus vidas puesto que no tenían armas de fuego con
las que enfrentarse a ellos.
En una de las ocasiones la joven vio como
Doc tenía la hoja de su navaja clavada en el cráneo de un zombi y éste mantenía
sus intensiones de comer carne desesperadamente. Por suerte a ella se los
quitaban de encima, aunque Braulio resultara herido al tropezar con el muro de
un paterre cuando intentaba deshacerse de varios cadáveres andantes. La lucha
se extendió unos veinte minutos hasta que todos lograron reagruparse en el
interior del portal de un edificio de viviendas de la zona de Vegueta y a duras
penas lograron cerrar y bloquear las puertas de hierro. Respiraron aun bastante
cansados, sus corazones eran bombas de relojería y el agotamiento pudo con Doc
que se desmayó. Nunca le había pasado, pero esos días no había descansado
suficiente.
By José Damián Suárez Martínez
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