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martes, 2 de junio de 2015

Capítulo Cinco - El Comienzo del Caos

Capítulo Cinco - El Comienzo del Caos






Oían doblar las campanas de la Catedral de Santa Ana y a una multitud de cadáveres intentando atravesar los portones, cuando Braulio avistó algo caer desde el campanario.
-Era el cura, estoy seguro...

Cada uno de ellos había vivido circunstancias muy diferentes. Hablaban de sus experiencias con distintos resentimientos, pero sus recuerdos tenían muchísimos puntos en común. A Leila le impresionaba especialmente la frecuencia con la que ellos recordaban sus vivencias en términos sonoros: campanadas, disparos, la voz de Corsario cada vez que volvían cansados después de buscar más recursos. También le sorprendió la capacidad de resistencia del grupo. La entereza y fortaleza personal de cada uno de ellos.

La pandemia ocurrió en tres olas. La primera ola surgió cuando un brote de influenza leve se produjo a finales de Diciembre y Principios de Enero. La segunda ola comprendió un brote de influenza grave a finales de Enero y la última ola ocurrió en Febrero.
-Mi madre, mi padre y mis dos hermanas fueron mordidos. Fueron horas muy triste, había una especie de duelo cubriendo la ciudad de Las Palmas -rememoró Doc bajando la mirada mientras apretaba los puños de rabia contenida-. Cuando se miraban las calles, apenas se podía ver a alguien caminando por ellas. La gente se quedaba en sus casas porque tenían miedo...
-Hubo escasez de médicos y enfermeras durante Enero, porque la mayoría huyó... -rememoró Braulio cabizbajo-. Así que habíamos una mezcla de personal médico tanto cualificado como con alguna formación, y aquellos que básicamente eran personas con una gran conciencia cívica que querían participar en el cuidado de los enfermos... que pronto se nos echaron encima... ¡Malditos hijos de puta! Esas personas tan valientes arriesgaban sus vidas para ayudar y la mayoría fueron mordidos.
-En realidad la mayoría de las personas no consideraban que el virus de la muerte pudiera causar la muerte... -susurró Menta.

Leila lo había visto con sus propios ojos. Los pueblos, campos seguramente se habían convertido en inmensos cementerios como la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria...

****
"Los Barcos seguían en la costa, tampoco contenían señales de vida..."
         Salieron del coche y observaron la ciudad desde la avenida marítima y respiraron la brisa corrupta de los cuerpos putrefactos que decoraban frotando en el mar. Eran las cuatro y media de la tarde, y no hacía demasiado calor. Después de tantas veces nombrar a los militares observaron detenidamente a los barcos que seguían anclados a la cosa, tampoco contenían señales de vida… Los barcos abandonados se iban encallando en la costa. Menta sugirió que se quedaran en algún edificio de los alrededores durante un par de días. Él se encargaría de explorar y saquear los negocios cercanos, en busca de alimentos, sin embargo los demás no querían separarse y tenían miedo.
         Cuando Menta regresó con bolsas llenas de comida y ropa, le dijeron que estaban muy orgullosos de él. A la joven le llevó unos pantalones nuevos y unos támpax.
-Muchas gracias…
-No te preocupes, imaginé que te vendrían bien.
-Muchas gracias por el detalle…
Había empezado a llover sobre la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria cuando leila preparó la cena con un mixto de comidas variadas enlatadas, y no había demasiados zombis en las calles cuando todos se sentaron en círculo a almorzar. En muy pocas horas el sol se ocultaría y debían encontrar un lugar seguro para pasar la noche. Menta observó a la joven con templanza, hasta que ella se dio cuenta de que la miraba. Entre ellos, miradas de apoyo incondicional, sin hablar de los muertos: Corsario, Leila y Laura y muchos antes que ellos.

         Salieron por la tarde noche, caminaron una hora sin pausa, entre coches accidentados y cadáveres. Leila parecía agotada, pero tenía fuerzas para continuar andando. Tomaron un atajo y llegaron a una pequeña tienda de comestibles sin mucho problema. Una vez allí empezaron a buscar entre los estantes. Ella se sentó a un lado a descansar, pero con los ojos bien puestos y vigilando el perímetro por si veía algo moverse.
         Habló con Menta sobre su familia, sus amigos del instituto y sus profesores. Él le contó que antes de toda esa locura fue un abogado muy prestigioso en Las Islas Canarias. Él le confesó que al principio no imaginaba que podría sobrevivir a un holocausto zombi, pero le sorprendía continuar con vida y aguantar tantas penurias.
         El año anterior había tenido una novia y habían roto por celos y alguna infidelidad. Meses antes de toda esa locura había decidido volver con ella porque la había dejado embarazada.
-Contarlo me hace sentir mal…
-No tienes que contármelo –aseguró Leila.
         Pero él quiso contárselo, necesitaba sacarlo fuera y liberarse de la culpa, pero que no se lo dijera a nadie… Dijo que cuando fue a buscarla estaba infectada y ya era un zombi, embarazada de siete meses…
         Ella le dio un abrazo comprensivo y le dijo que si era obra de Dios, era un maldito hijo de puta por hacerles eso a su novia y a su hijo… No entendía quien coño había hecho algo así…

Leila acompañada por los tres, no se sentía tan desprotegida. La miraban continuamente, sin perderla de vista. Braulio se entretuvo en la entrada cogiendo todos los paquetes de cigarros rubios que encontraba. Menta y la joven entraron en el almacén. La mando a guardar silencio cuando escuchó un gemido extraño. Él aferró sus dedos al machete, mientras ella observaba cualquier movimiento extraño. Olía a podrido, a cada paso que daba ese olor nauseabundo se le metía por las fosas nasales como si fuera amoniaco puro. Pronto lo vio y se apartó ligeramente. Un infectado, seguramente el dueño de la tienda. Estaba atado con cadenas a la pared, descompuesto, esquelético y sin poder moverse si no era el cuello. Menta empuñó el machete y se lo clavó por la sien con una fuerza de rabia imponente. Leila vislumbró su acción y salió del almacén dando pasos hacia detrás atravesando el umbral de la puerta. Doc se percató de su mirada aterradora y se acercó hacia su posición empuñando una navaja multiusos por si las moscas. Pero Menta ya salía del almacén con varias botellas de Ron. La sonrisa le llegó de oreja a oreja.
-¡Rápido! -advirtió Braulio-. ¡Se acercan infectados!

Los tres salieron de la tienda cargando con bolsas. Braulio que había asumido el mando del reducido grupo avisó de la posición de los infectados con movimientos de sus manos y dando ordenes con el walkie talkie. Avisó del siguiente movimiento y avanzaron por el atajo lo más rápido posible, pero desgraciadamente, la calle que comunicaba con el edificio que habían tomado como fuerte, estaba rodeado por zombis y se vieron involucrados en un caos incesante. Pronto se les echaron casi encima, solo pudieron correr para salvar sus vidas puesto que no tenían armas de fuego con las que enfrentarse a ellos.

En una de las ocasiones la joven vio como Doc tenía la hoja de su navaja clavada en el cráneo de un zombi y éste mantenía sus intensiones de comer carne desesperadamente. Por suerte a ella se los quitaban de encima, aunque Braulio resultara herido al tropezar con el muro de un paterre cuando intentaba deshacerse de varios cadáveres andantes. La lucha se extendió unos veinte minutos hasta que todos lograron reagruparse en el interior del portal de un edificio de viviendas de la zona de Vegueta y a duras penas lograron cerrar y bloquear las puertas de hierro. Respiraron aun bastante cansados, sus corazones eran bombas de relojería y el agotamiento pudo con Doc que se desmayó. Nunca le había pasado, pero esos días no había descansado suficiente.



By José Damián Suárez Martínez

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