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martes, 2 de junio de 2015

Capítulo Cuatro - El peor presagio se confirmaba





Corsario no terminaba de entender a Leila. Ella era una chica asustadiza que en los momentos más extremos se volvía una superviviente innata. Cada mañana un una de las farmacias de las cercanías del refugio le hacía la cura de los puntos con mucha delicadeza. Escucharon disparos, él la hizo poner a cubierto empujándola y abrazándola.
-¡Mierda!
         Empuñó el arma con contundencia pensando rápidamente, porque si eran los tíos con los que se habían topado la otra vez eran peligrosos y no escatimaban en balas a la hora de disparar.
-¿Qué pasa?
-No lo sé, de aquí no puedo ver si son los hijos de puta que nos atacaron la ultima vez…
-¿Qué hacemos?
-Permanecer ocultos, subir a la azotea y vigilar el perímetro.
-¿Lo escuchaste? –preguntó Menta desde el otro lado de la radio.
-¿Son los de otra vez?
-Sí, sí –dijo Heidi desde otro walkie talkie.
-¿Estás segura?
-¡Que sí, joder! ¡Son ellos, los estoy viendo ahora mismo desde la emisora de radio!
-¿A cuantos metros se encuentran de nuestra zona?
-A veinte metros, más o menos –advirtió Heidi.
-Eres una puta cabrona, que no sabe avisar… -le dijo Corsario.
-No los vi llegar, Corsario…
-Tranquila, iremos a la azotea y esperaré con Leila a que se marchen.
         Subieron las escaleras  hasta la puerta exterior que daba a la azotea.
-Vale, bien… ahora tendremos que esperar.
         Se escuchó un ruido y Corsario apuntó hacia la escalera.
-¡Muévete y te pego un disparo en la frente!
-Soy yo, Corsa… -dijo Josué saliendo al exterior.
-¿Pero que coño haces aquí? Casi te meto un tiro… ¡Me cago en mi putísima madre, joder! ¿Por qué no te quedaste con los demás? Deje bien claro que esta zona es para hacer curas y no venir con exploradores.
-Vale… vale… Es que escuché los disparos y vine corriendo por si necesitaban apoyo.
-¿Pero es que no vas a acatar las ordenes nunca?
-Sí, claro. Pero…
-¿Es que querías masturbarte viendo como los demás follan como siempre haces, pervertido?
         La joven se rió porque le pareció graciosa la acusación.
-Los putos esos tienen que estar por la zona, sé que tienen el refugio por aquí –dijo la voz de un hombre en tono amenazador.
-Malditos hijos de puta… -exclamó Corsario visiblemente alterado.
         Se escuchó un disparo.
-¿Quién coño ha disparado? –preguntó Corsario por la radio.
-He sido yo –respondió automáticamente Menta.
-¿Qué coño piensas que haces? –volvió a preguntar.
-Voy a llevármelos de la zona y no me vengas con tus comentarios de así no se hacen las cosas.
-Por aquí, lo he visto… -advirtió uno de los llamados invasores.
         Se reunieron, subieron en un HAMMER y le persiguieron.

Cuando reapareció Menta fue un alivio para todos, aunque tenía sangre en la cabeza.
Heidi no se fiaba de la seguridad y de los invasores.
-¿De que hablas? –preguntó Menta.
-No se cansarán hasta que nos atrapen.
-Tendremos que hacer horas extras en los turnos de vigías.
-Pero estamos agotados –dijo Doc.
-Debemos barajar la posibilidad de mudarnos a otra zona.
Todos temían no salir de la zona cero y las hordas de zombis les atacasen sin descanso. Nada más lejos de lo que temía Corsario, pero lo peor de todo era que tenían poca munición.
-Ahora me encargaré yo de la vigilancia, descansen y cúrenle la herida de la cabeza.
         Entre ellos siguieron comentando que tenían muchas ganas de cambiar de refugio, Doc pensaba que los zombis habían acabado con la mayoría de los supervivientes, pero para Heidi no era el fin del mundo, que quedaban ellos con vida.
-¿Y los militares? –preguntó la joven.
-Los militares nos abandonaron como perros y se fueron, solo piensan en su propia supervivencia –respondió Josué.
         La infección por el virus no sabían donde justo se había originado, ni las noticias, ni el gobierno informaron de las primeras cepas.
-Todo surgió a raíz de una serie de noticias que comenzaron a emitir en las cadenas de televisión, Radio Televisión Española no informaba al respecto, pero las televisiones privadas sí, canibalismo, rabia, locura, el diablo y la ira de Dios… Hasta los infectados atacaron las iglesias.
-Yo tuve que matar a mi propia madre para que no mordiera a mi hermana, me escondí durante una semana, hasta que encontré a Corsario, fue la situación más jodida que he vivido. Sobretodo no te digo lo duro que fue encontrar armas para defendernos.
         Como en todas las culturas las mujeres son las que obedecen y Laura como prostituta ejercía su trabajo y no rechistaba. Fue unos meses antes de esa locura cuando Leila tuvo su primera vez. Fueron tantas las ganas de hacerlo con Luján que pensó que se le saldría el corazón por la boca.
-Los militares hacían llamadas prometiendo protección y un lugar seguro. Todas las emisiones por radio dejaron de emitirse de un día para otro. Se dice que ellos están protegidos en un barco que se encuentra anclado cerca de la costa, pero nunca los hemos visto –dijo Doc.´
         A Leila la mandaron a llevarle la cena a Corsario a la azotea, donde estaba en su tiempo de guardia, donde estaba sentado con prismáticos vigilando los alrededores del edificio. Heidi que estaba visiblemente enamorada de él, se encontraba a su lado.
         La vieron llegar y se apartaron como si estuvieran apunto de hacer algo malo. Cuando se acercó, dirigió la mirada a Corsario diciéndole que Menta le había pedido que le llevara la cena. Heidi la miró con odio en la mirada y se marchó escaleras abajo. Cuando la joven fue a irse, él la detuvo pidiéndole pasar un rato a solas.
El olor a podrido era bastante fuerte. Él le explicó la peste que expulsaban los contenedores de la basura era asqueroso. Pero para ella resultaba un hedor tan penetrante y asfixiante como el de un cadáver en descomposición. Leila apenas había podido imaginarse estar tanto tiempo frente a esos olores tan insoportables.  
         Cuando se sentó junto a él, le vio comer biscocho, sardinas enlatadas y al final fumarse un cigarro de la caja de tabaco que encontraron en la blusa de un cadáver.
-¿Y como estás?
-Bien, bien…
-¿Duermes bien?
-Sí… ¿Por qué lo preguntas?
-No es nada bueno dormir sola hasta que te acostumbras a los sonidos de los infectados.
-No me importa dormir sola –respondió Leila-, no me dan miedo los sonidos.
-Ok, me parece bien…

La joven iba aprendiendo y Heidi la envidiaba, encarándose con Corsario cada vez que la protegía, apretaba el machete fuertemente entre sus dedos, respiraba hondo y apartaba la mirada.
         Durante la mañana caminaron bastantes kilómetros saqueando tiendas en busca de restos de comidas enlatadas que quedaban. En uno de los tramos la joven conoció mejor a Corsario, el líder al que todos respetaban por haber sido militar y quien empezaba a demostrar especial cariño por ella.
         Él había armado al grupo y le preguntó que como había sido su historia.
-¿La mía?
         No quiso responder. Dijo algo como que su historia no era nada del otro mundo, ex militar, peón de obra y alguien que no quiere morir en mano de los zombis.

Pronto se vieron rodeados por zombis de pieles pútridas oscuras, otros que se lanzaban desde lo alto de los edificios y otros tantos que intentaban romper a manotazos los escaparates de las tiendas para salir al exterior.
-¡Avancen deprisa! -exclamó Corsario.
         Avanzaron rápidamente entre órdenes, se enfrentaron a algunos infectados que se interponían en la calle.
Menta que se había levantado temprano descargó el cargador de la pistola contra algunos zombis. La moral del grupo seguía desmoralizada por las circunstancias. Las pilas de la linterna de Doc se habían gastado y no había podido conseguir más. Disparó a la cabeza de un par de infectadas. Distraído con evitar que se acercasen a rango. No se percató de que estaban aproximándose peligrosamente a la espalda de Laura que pronto cayó presa de manos y bocas que comenzaron a devorarla lentamente. Sus labios emitían gritos delirantes; no había vuelta atrás para ella.
         Laura aferró fuertemente entre sus frágiles manos un palo que encontró tirado en el suelo y comenzó a apalear a los infectados tan fuerte como pudo. Era muy tarde para salvarla, Menta detuvo a Heidi. La pobre… las palabras no le salían para llamar a gritos a su amiga, la única que la entendía y con la que podía hablar sin miedos. Escucharon un disparo que acertó en la cabeza de la mujer, Corsario la había matado antes de que se convirtiera en una de esas cosas y aumentara su agonía.
         La joven aprendió que había que matar a los que habían sido mordidos de ipso facto, sí lo hacías no se convertían en zombis.
Cuando habían avanzado como un kilómetro la joven cogió el machete que le había dado Corsario y le pegó a un infectado con la rabia contenida que llevaba dentro, el cuerpo le temblaba y prosiguió cortándole hasta que la detuvo. Entonces miró alrededor viendo todos los infectados a los que habían matado y se dio cuenta de que aunque no quisiera tendría que aprender a pelear para sobrevivir a ese Apocalipsis.
Después Josué dijo algo como que ya encontrarían a otra puta, más guapa, al mirar a la joven integrada en el grupo Corsario le agarró del cuello casi apunto de asfixiarlo.
Escucharon el ruido de un motor deteniendo la ira de Corsario apunto de acabar con la vida del pervertido: era Braulio que había conseguido poner en marcha una camioneta.
Durante el trayecto Corsario dijo que cada vez eran menos, más de los que hubiera imaginado, pero no podían ponerse mejor las cosas, palabras que desmoralizó un poco más al resto.
Los soldados habían transmitido, un día antes, su posición en la ciudad en busca de supervivientes. Pero no podrían haber terminado la expedición debido a las hordas se zombis; ahora solo debían llegar al refugio.
Habían atravesado unos escasos dos metros, y cada vez se veían más rodeados. Pronto dejaron del ver la dirección en que se encontraba Braulio, solo escuchaban gritos y un mordisco arrancó un cacho de carne del hombro de Corsario.

Menta sabía, por amarga experiencia, que ya eran dos los caídos en el grupo. Heidi en un ataque de furia desmesurada arremetió contra los infectados que devoraban a su gran amor y también fue absorbida por la marea de cadáveres. Era el momento de mayor angustia. Por consiguiente, quedaban cuatro en el grupo, la soledad era algo que a todos les aterraba. Nada quedaba… en cuanto lograron llegar al coche, Braulio arrancó en quinta marcha.
         Sin hacer responsables a nadie del grupo decidieron poner rumbo al refugio, dormir, comer y asearse para quitarse los restos de sangre. Solo pensaban en el hecho de sobrevivir un día más.

El peor presagio se confirmaba cuando Braulio aparcó en medio de la carretera y salió del coche para vomitar. Menta le siguió porque iba de copiloto:
-¿Cómo te encuentras?
-¡Tú que crees, joder! -gritó-, ¡Quedamos cuatro, joder!

Leila miró entristecida, no le había nacido la necesidad de llorar. Aun permanecía en un shock irracional...
-No te preocupes, todo saldrá bien... -le dijo Doc de manera reconfortante.
-Laura, Corsario, Heidi... -clamó Braulio-, ¡Están muertos, joder! ¡No pudimos hacer nada!
-¿Entonces para qué coño nos preocupamos? -la frustración, el miedo y la auto-compasión no era algo que les ayudara demasiado-. ¿Crees que podemos prever los ataques de los muertos? ¿Acaso yo estaba a favor de venir a ésta zona de Las Palmas? ¿Sigues pensando que Corsario era tan responsable al enviarnos a todos a ésta misión suicida? -cogió a Braulio sacudiéndolo por el cuello de la camisa apunto de tirarlo al piso, Doc tuvo que salir del coche a toda prisa para que no terminasen peleando.
-¡A ver, suéltalo! -les gritó a los dos-. ¿Creéis que Corsario era tan estúpido de llevarnos hasta ahí para que todos muriéramos? ¡No, ninguno lo imaginaba! ¡Pasó porque tuvo que pasar y punto! ¡No es momento para discutir, coño!

Se subieron en el coche más calmados. Braulio apretó las manos en el volante con tanta fuerza que le sonaron los nudillos y seguidamente arrancó. Solo quedaban ellos cuatro, Doc y Menta convergían hacia lo sucedido, discutían, pensando en buscar un lugar donde poder guarecerse y descansar. Doc deslizó su mano izquierda hacia la fría mano de la joven asustada. Braulio suspiró y atropelló a un zombi que andaba por el medio de la carretera. La joven alargó la mano izquierda para acariciar el cuello de éste para darle ánimos. Desaceleró la velocidad, aunque fuera más deprisa no huirían de la infección.



By José Damián Suárez Martínez

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