Corsario no terminaba de entender a Leila. Ella era una chica
asustadiza que en los momentos más extremos se volvía una
superviviente innata. Cada mañana un una de las farmacias de las cercanías
del refugio le hacía la cura de los puntos con mucha delicadeza. Escucharon
disparos, él la hizo poner a cubierto empujándola y abrazándola.
-¡Mierda!
Empuñó el arma con
contundencia pensando rápidamente, porque si eran los tíos con los que se
habían topado la otra vez eran peligrosos y no escatimaban en balas a la hora
de disparar.
-¿Qué pasa?
-No lo sé, de aquí no puedo ver si son los hijos de puta que nos
atacaron la ultima vez…
-¿Qué hacemos?
-Permanecer ocultos, subir a la azotea y vigilar el perímetro.
-¿Lo escuchaste? –preguntó Menta desde el otro lado de la radio.
-¿Son los de otra vez?
-Sí, sí –dijo Heidi desde otro walkie talkie.
-¿Estás segura?
-¡Que sí, joder! ¡Son ellos, los estoy viendo ahora mismo desde la
emisora de radio!
-¿A cuantos metros se encuentran de nuestra zona?
-A veinte metros, más o menos –advirtió Heidi.
-Eres una puta cabrona, que no sabe avisar… -le dijo Corsario.
-No los vi llegar, Corsario…
-Tranquila, iremos a la azotea y esperaré con Leila a que se
marchen.
Subieron las
escaleras hasta la puerta exterior que
daba a la azotea.
-Vale, bien… ahora tendremos que esperar.
Se escuchó un ruido
y Corsario apuntó hacia la escalera.
-¡Muévete y te pego un disparo en la frente!
-Soy yo, Corsa… -dijo Josué saliendo al exterior.
-¿Pero que coño haces aquí? Casi te meto un tiro… ¡Me cago en mi
putísima madre, joder! ¿Por qué no te quedaste con los demás? Deje bien claro
que esta zona es para hacer curas y no venir con exploradores.
-Vale… vale… Es que escuché los disparos y vine corriendo por si
necesitaban apoyo.
-¿Pero es que no vas a acatar las ordenes nunca?
-Sí, claro. Pero…
-¿Es que querías masturbarte viendo como los demás follan como
siempre haces, pervertido?
La joven se rió
porque le pareció graciosa la acusación.
-Los putos esos tienen que estar por la zona, sé que tienen el
refugio por aquí –dijo la voz de un hombre en tono amenazador.
-Malditos hijos de puta… -exclamó Corsario visiblemente alterado.
Se escuchó un
disparo.
-¿Quién coño ha disparado? –preguntó Corsario por la radio.
-He sido yo –respondió automáticamente Menta.
-¿Qué coño piensas que haces? –volvió a preguntar.
-Voy a llevármelos de la zona y no me vengas con tus comentarios
de así no se hacen las cosas.
-Por aquí, lo he visto… -advirtió uno de los llamados invasores.
Se reunieron, subieron
en un HAMMER y le persiguieron.
Cuando reapareció Menta fue un alivio para todos, aunque tenía
sangre en la cabeza.
Heidi no se fiaba de la seguridad y de los invasores.
-¿De que hablas? –preguntó Menta.
-No se cansarán hasta que nos atrapen.
-Tendremos que hacer horas extras en los turnos de vigías.
-Pero estamos agotados –dijo Doc.
-Debemos barajar la posibilidad de mudarnos a otra zona.
Todos temían no salir de la zona cero y las hordas de zombis les
atacasen sin descanso. Nada más lejos de lo que temía Corsario, pero lo peor de
todo era que tenían poca munición.
-Ahora me encargaré yo de la vigilancia, descansen y cúrenle la
herida de la cabeza.
Entre ellos
siguieron comentando que tenían muchas ganas de cambiar de refugio, Doc pensaba
que los zombis habían acabado con la mayoría de los supervivientes, pero para
Heidi no era el fin del mundo, que quedaban ellos con vida.
-¿Y los militares? –preguntó la joven.
-Los militares nos abandonaron como perros y se fueron, solo
piensan en su propia supervivencia –respondió Josué.
La infección por el
virus no sabían donde justo se había originado, ni las noticias, ni el gobierno
informaron de las primeras cepas.
-Todo surgió a raíz de una serie de noticias que comenzaron a
emitir en las cadenas de televisión, Radio Televisión Española no informaba al
respecto, pero las televisiones privadas sí, canibalismo, rabia, locura, el
diablo y la ira de Dios… Hasta los infectados atacaron las iglesias.
-Yo tuve que matar a mi propia madre para que no mordiera a mi hermana,
me escondí durante una semana, hasta que encontré a Corsario, fue la situación
más jodida que he vivido. Sobretodo no te digo lo duro que fue encontrar armas
para defendernos.
Como en todas las
culturas las mujeres son las que obedecen y Laura como prostituta ejercía su
trabajo y no rechistaba. Fue unos meses antes de esa locura cuando Leila tuvo
su primera vez. Fueron tantas las ganas de hacerlo con Luján que pensó que se
le saldría el corazón por la boca.
-Los militares hacían llamadas prometiendo protección y un lugar
seguro. Todas las emisiones por radio dejaron de emitirse de un día para otro. Se
dice que ellos están protegidos en un barco que se encuentra anclado cerca de
la costa, pero nunca los hemos visto –dijo Doc.´
A Leila la mandaron
a llevarle la cena a Corsario a la azotea, donde estaba en su tiempo de
guardia, donde estaba sentado con prismáticos vigilando los alrededores del
edificio. Heidi que estaba visiblemente enamorada de él, se encontraba a su
lado.
La vieron llegar y
se apartaron como si estuvieran apunto de hacer algo malo. Cuando se acercó,
dirigió la mirada a Corsario diciéndole que Menta le había pedido que le
llevara la cena. Heidi la miró con odio en la mirada y se marchó escaleras
abajo. Cuando la joven fue a irse, él la detuvo pidiéndole pasar un rato a
solas.
El olor a podrido era bastante fuerte. Él le explicó la peste que
expulsaban los contenedores de la basura era asqueroso. Pero para ella
resultaba un hedor tan penetrante y asfixiante como el de un cadáver en
descomposición. Leila apenas había podido imaginarse estar tanto tiempo frente
a esos olores tan insoportables.
Cuando se sentó
junto a él, le vio comer biscocho, sardinas enlatadas y al final fumarse un
cigarro de la caja de tabaco que encontraron en la blusa de un cadáver.
-¿Y como estás?
-Bien, bien…
-¿Duermes bien?
-Sí… ¿Por qué lo preguntas?
-No es nada bueno dormir sola hasta que te acostumbras a los
sonidos de los infectados.
-No me importa dormir sola –respondió Leila-, no me dan miedo los
sonidos.
-Ok, me parece bien…
La joven iba aprendiendo y Heidi la envidiaba, encarándose con
Corsario cada vez que la protegía, apretaba el machete fuertemente entre sus
dedos, respiraba hondo y apartaba la mirada.
Durante la mañana
caminaron bastantes kilómetros saqueando tiendas en busca de restos de comidas
enlatadas que quedaban. En uno de los tramos la joven conoció mejor a Corsario,
el líder al que todos respetaban por haber sido militar y quien empezaba a
demostrar especial cariño por ella.
Él había armado al
grupo y le preguntó que como había sido su historia.
-¿La mía?
No quiso responder.
Dijo algo como que su historia no era nada del otro mundo, ex militar, peón de
obra y alguien que no quiere morir en mano de los zombis.
Pronto se vieron rodeados por zombis de pieles pútridas oscuras,
otros que se lanzaban desde lo alto de los edificios y otros tantos que
intentaban romper a manotazos los escaparates de las tiendas para salir al
exterior.
-¡Avancen deprisa! -exclamó Corsario.
Avanzaron rápidamente
entre órdenes, se enfrentaron a algunos infectados que se interponían en la
calle.
Menta que se había levantado temprano descargó el cargador de la
pistola contra algunos zombis. La moral del grupo seguía desmoralizada por las
circunstancias. Las pilas de la linterna de Doc se habían gastado y no había
podido conseguir más. Disparó a la cabeza de un par de infectadas. Distraído con
evitar que se acercasen a rango. No se percató de que estaban
aproximándose peligrosamente a la espalda de Laura que pronto cayó presa de
manos y bocas que comenzaron a devorarla lentamente. Sus labios
emitían gritos delirantes; no había vuelta atrás para ella.
Laura aferró
fuertemente entre sus frágiles manos un palo que encontró tirado en el suelo y
comenzó a apalear a los infectados tan fuerte como pudo. Era muy tarde para
salvarla, Menta detuvo a Heidi. La pobre… las palabras no le salían para llamar
a gritos a su amiga, la única que la entendía y con la que podía hablar sin
miedos. Escucharon un disparo que acertó en la cabeza de la mujer, Corsario la
había matado antes de que se convirtiera en una de esas cosas y aumentara su
agonía.
La joven aprendió
que había que matar a los que habían sido mordidos de ipso facto, sí lo hacías no se convertían
en zombis.
Cuando habían avanzado como un kilómetro
la joven cogió el machete que le había dado Corsario y le pegó a un infectado
con la rabia contenida que llevaba dentro, el cuerpo le temblaba y prosiguió
cortándole hasta que la detuvo. Entonces miró alrededor viendo todos los
infectados a los que habían matado y se dio cuenta de que aunque no quisiera
tendría que aprender a pelear para sobrevivir a ese Apocalipsis.
Después Josué dijo algo como que ya
encontrarían a otra puta, más guapa, al mirar a la joven integrada en el grupo
Corsario le agarró del cuello casi apunto de asfixiarlo.
Escucharon el ruido de un motor deteniendo
la ira de Corsario apunto de acabar con la vida del pervertido: era Braulio que
había conseguido poner en marcha una camioneta.
Durante el trayecto Corsario dijo que cada
vez eran menos, más de los que hubiera imaginado, pero no podían ponerse mejor
las cosas, palabras que desmoralizó un poco más al resto.
Los soldados habían transmitido, un día
antes, su posición en la ciudad en busca de supervivientes. Pero no podrían haber
terminado la expedición debido a las hordas se zombis; ahora solo debían llegar
al refugio.
Habían atravesado unos escasos dos metros,
y cada vez se veían más rodeados. Pronto dejaron del ver la dirección en que se
encontraba Braulio, solo escuchaban gritos y un mordisco arrancó un cacho de
carne del hombro de Corsario.
Menta sabía, por amarga experiencia, que
ya eran dos los caídos en el grupo. Heidi en un ataque de furia desmesurada
arremetió contra los infectados que devoraban a su gran amor y también fue
absorbida por la marea de cadáveres. Era el momento de mayor angustia. Por
consiguiente, quedaban cuatro en el grupo, la soledad era algo que a todos les
aterraba. Nada quedaba… en cuanto lograron llegar al coche, Braulio arrancó en
quinta marcha.
Sin hacer
responsables a nadie del grupo decidieron poner rumbo al refugio, dormir, comer
y asearse para quitarse los restos de sangre. Solo pensaban en el hecho de
sobrevivir un día más.
El peor presagio se confirmaba cuando
Braulio aparcó en medio de la carretera y salió del coche para vomitar. Menta
le siguió porque iba de copiloto:
-¿Cómo te encuentras?
-¡Tú que crees, joder! -gritó-, ¡Quedamos cuatro, joder!
Leila miró entristecida, no le había
nacido la necesidad de llorar. Aun permanecía en un shock irracional...
-No te preocupes, todo saldrá bien... -le dijo Doc de manera
reconfortante.
-Laura, Corsario, Heidi... -clamó Braulio-, ¡Están muertos, joder!
¡No pudimos hacer nada!
-¿Entonces para qué coño nos preocupamos? -la frustración, el
miedo y la auto-compasión no era algo que les ayudara demasiado-.
¿Crees que podemos prever los ataques de los muertos? ¿Acaso yo
estaba a favor de venir a ésta zona de Las Palmas? ¿Sigues pensando que
Corsario era tan responsable al enviarnos a todos a ésta misión suicida? -cogió
a Braulio sacudiéndolo por el cuello de la camisa apunto de tirarlo al piso,
Doc tuvo que salir del coche a toda prisa para que no terminasen peleando.
-¡A ver, suéltalo! -les gritó a los dos-. ¿Creéis que
Corsario era tan estúpido de llevarnos hasta ahí para que todos
muriéramos? ¡No, ninguno lo imaginaba! ¡Pasó porque tuvo que pasar y punto! ¡No
es momento para discutir, coño!
Se subieron en el coche más calmados.
Braulio apretó las manos en el volante con tanta fuerza que le sonaron los nudillos
y seguidamente arrancó. Solo quedaban ellos cuatro, Doc y Menta convergían
hacia lo sucedido, discutían, pensando en buscar un lugar donde poder
guarecerse y descansar. Doc deslizó su mano izquierda hacia la fría
mano de la joven asustada. Braulio suspiró y atropelló a un zombi que
andaba por el medio de la carretera. La joven alargó la mano izquierda
para acariciar el cuello de éste para darle ánimos. Desaceleró la
velocidad, aunque fuera más deprisa no huirían de la infección.
By José Damián Suárez Martínez
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