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martes, 2 de junio de 2015

Capítulo Dos - Un Virus (Flash back)


Atravesó la zona de la entrada tras llegar nuevamente al hospital en busca de respuestas. Llegó a la zona de consultas externas donde había acudido muchísimas veces con su madre que trabajaba como médico forense y en esa ocasión para buscar los informes de los pacientes (El suyo concretamente). Buscó durante horas en todos los archivos en busca de los últimos ingresos intentando no hacer ruido y llegó al número de su cirugía cogiendo la carpeta, seguramente el informe preoperatorio. Examinó las hojas y llegó a la zona que le interesaba:

Sexo: Femenino
Nombre: Leila Suárez Aguirre.
Edad: 16 años de edad.
Diagnóstico: Accidente de coche, trauma torácico abdominal con órganos afectados, hundimiento de costillas y tocamiento de la bolsa pulmonar (pleura), un neumotórax a presión.

Logró mantenerse en pie con las pocas fuerzas que tenía en el cuerpo; se sentía mal, realmente mal, como si no estuviera bien, como si hubiera dormido más de lo debido y ahora estuviese agotada.

Se echó la mano al pecho y vientre, esa había sido su operación, tenía la herida con puntos ¿pero porqué la habían dejado encerrada en el quirófano?

Al salir al pasillo sintió un escalofrío que le recorrió cada poro de la piel y sintió la baja temperatura ambiente, su propia temperatura... Caminó asolas y cogió un bisturí oxidado de encima de una de tantas camillas que entorpecían el paso, lo cogió por la empuñadura con fuerza, sentía frío, des protegida atajada en aquella situación con su delicada piel totalmente desnuda. 

Caminó mirando derredor, no escuchaba ningún ruido, todo estaba sumido en un silencio casi tormentoso y la temperatura era casi invernal. Continuó caminando hasta la sala de cuidados intensivos, las camas de los pacientes estaban vacías, corrió algunas cortinas para asegurarse. Pero en la última vio algo que no hubiese deseado ver en la vida, un cuerpo sobre la camilla y la cabeza en el suelo, parecía arrancada de cuajo. Se sobresaltó, dio un pequeño paso atrás y continuó su andanza  por salir con vida del complejo hospitalario. Seguía sin recordar nada… solamente sabía que su llegada había sido por un accidente de trágico después esto...

Atravesó pasillos. Puertas y más puertas en busca de una salida o de algún médico que por lo menos le dijese que estaba pasando. Encontró bolsos, teléfonos móviles y papeles tirados por el suelo, pero ningún rastro de persona, ni siquiera ruidos. Seguidamente vio una sombra, pensó que seguramente era otro paciente en sus mismas circunstancias:
-Hola...
Intentó buscar la sombra entrando por el pasillo de la derecha que daba a la zona de las consultas externas, caminó y caminó:
-Sé que estás ahí, te he visto...

Al fondo del pasillo apareció un hombre oculto bajo un pasamontañas con aspecto peligroso y otro justo detrás a varios metros de distancia, ambos cargados con armas de fuego; no lo dudó y echó a correr por el pasillo en T, ambos la persiguieron hasta que la redujeron bruscamente:
-¿Estás infectada?
Ella lo miró pensando que era peligroso, más que miedo era la situación lo que le impedía gesticular palabra.
-¿Estás infectada, muchacha? -insistió el hombre alto, de rostro tono tostado, ojos castaños, espesa barba y nariz pequeña.
-¿Cómo? -preguntó ella al no entender nada.
Él la jaló del brazo para ayudarla a poner en pie. La arrastró fuera del pasillo con una rapidez casi alarmante.  
-Corsario la chica no tiene marcas de agresiones, posiblemente ha sido encerrada en las habitaciones como los otros pacientes, pero ella a corrido con suerte -le dijo Heidi con voz bonita y femenina-, por suerte no la han encontrado.
Era una mujer de estatura mediana, de piel pálida, cabello castaño por los hombros, ojos pequeños y claros.
-La llevaremos al refugio -dijo él deshaciéndose del pasamontañas mostrando su cabello de color castaño claro.
-¿Porque es mujer, no? -inquirió la mujer en un tono envuelto en una especie de celos.
-Porque es una superviviente… -aclaró con contundencia.
-Porque es mujer... -repitió con certeza y se encogió de hombros simultáneamente.

La joven no hizo preguntas, ni siquiera se atrevió a mirarles a los ojos, ellos tenían las armas y ella les seguía sin rechistar; no quería morir. Se encontraron con otro hombre de aspecto rudo en la interjección de cuatro pasillos, éste último era el más sonriente, aunque su cuerpo grandote imponía respeto. 
-¿Y quien es esa? -preguntó sorprendido.
Tendría como mínimo treinta años, Canario, ojos marrones, alto, ojos pequeños, pelo negro alborotado.
Se dirigieron a la farmacia del hospital, mientras el último entraba a desvalijar los estantes los otros dos aseguraban el perímetro vigilando ambos pasillos.
-No olvides ni las gasas ni las aspirinas -dijo Heidi quedándose vigilando desde la puerta, con las manos aferradas al machete que sostenía, mirando a la joven que la miró de la misma manera-. ¿Que miras?
-Deja tranquila a la chica Heidi, ella no te ha hecho nada -le advirtió Corsario.
-Me dan ganas de cortarle el cogote -amenazó con una mirada fría y siniestra.
-Atrévete -dijo Corsario, apuntándole con el arma-. Antes, te lo pego yo a ti. Así que ni lo intentes.
-No encuentro paracetamol -dijo el hombre que estaba saqueando en el interior.
-Coge lo justo y necesario Doc, no sabemos por cuanto estaremos en ésta zona -explicó el líder que no paraba de mirar a la joven y a Heidi por si hacía algun amago de atacarla.
-¿Dónde están todos? -preguntó ella en un hilito de voz. En su tono suave e infantil.
Ninguno le hizo caso, todos estaban demasiado concentrados como para escucharla.
-¿No me habéis escuchado? -preguntó nuevamente.
-¡Mira chiquilla, todos estamos igual de nerviosos que tú! -le dijo Heidi después de propinarle un golpe en el hombro con la culata del machete.
-Te he advertido que no le hagas daño, Heidi -se sonrió Corsario mirando a la joven-, perdónala, es muy duro lo que ha sucedido en la ciudad... en el mundo entero...
-¿Siempre es así de gilipollas? -preguntó la joven.
-¡Eh, que estoy a tu lado zorra! -increpó.
-Está así desde que falleció su hermana, no pudimos hacer nada por protegerla...
Leila la miró con tristeza:
-Lo siento mucho...
-No hay nada que sentir... -musitó haciéndose la fuerte.
-La hermana estaba enferma... Es una putada, pero cuando alguien es infectado es mejor pegarle un tiro entre ceja y ceja para que no propage el virus...
-¿Virus? -preguntó la joven preocupada... ¿Que virus?
-Eso ya te lo explicaremos bien, pero conviene que vengas con nosotros antes de que esas cosas te atrapen.
Obedeció la joven sumisa y emplendieron el camino de salida del hospital.

En las escaleras les esperaban otros tres vestidos de negro, con los pasamontañas todavía cubriéndoles la cabeza, armados y apuntando a múltiples zonas. Le llamó la atención las revistas y periódicos que llevaban enrollados en las extremidades de los cuerpos. 
-¿Que es eso? -preguntó la joven bastante preguntona.
-¿Esto?
-Sí...
-Nos los ponemos porque no queremos que nos muerdan y nos transformen en esas mierdas.
-Eso es lo más importante antes de salir, porque si te muerden recibirás un disparo en la cabeza y no te transformarás.

Continuaron en alerta hasta que atravesaron la puerta de la zona de las escaleras. Allí se pusieron un poco más nerviosos y sus tonos de voces fueron de máxima alerta. Aunque sus comportamientos eran rutinarios y normales desde sus puntos de vistas trabajando en equipo. 
-¡Joder, atentos! ¡Este lugar suele estar plagado! -aseguró Corsario, apuntando en todas direcciones.
Bajaron las escaleras, ella en el centro, incluso la empujaron para que se diese prisa. Más de tres pisos a pie hasta el pabellón principal.
-Informe -dijo el Corsario a uno de sus compañeros a través de la radio emisora.
-Ni rastro de infectados hasta el momento, tendréis que salir de ahí antes de que anochezca.
-¿Qué pasa al anochecer? -preguntó la joven desconcertada con sus comportamientos y sus excentricidades acerca de la noche.
-Lo que sucedió hace un mes fue algo que no tiene límites, fue un agente químico que ha contagiado a medio mundo -le dijo Corsario con cara de dar pocas explicaciones-. Un mes comenzaron los contagios, primero por el agua, luego por aire y todo aquel que fue afectado se volvió homicida, primero en la ciudad de Madrid simultáneamente a otras ciudades fuera del continente, luego en el planeta entero.
-¿El virus del cual me hablaste?
-No lo sabemos con exactitud -susurró Corsario el líder tajantemente.
-¿Un ataque biológico? -volvió a preguntar interesada en el tema.
-Es posible...
-¿Y el resto de la gente?
-Fueron evacuados, otros sobreviven como pueden, pero la mayoría han muerto o han sido...
Pronto uno del grupo observó a una persona, un hombre que se dirigía a hacia ellos a paso lento y descoordinado.
-¡Démonos prisa, no tardarán en llegar más! -ordenó Corsario en tono brusco.

De entre los paneles de la derecha que tapaban las puertas que daban a la cafetería salió de improvisto otro hombre que de un mordisco arrancó un buen trozo de carne del brazo a uno del grupo que había avanzado.
-¡Paco! –gritó Heidi entristecida y furiosa.
Otros dos le atacaron nuevamente por sorpresa como si hubiesen sido invadidos por una especie de violencia extrema. La sangre fluía a borbotones, de la cabeza, la boca, el cuerpo entero estaba siendo devorado por seres humanos. 

Corsario dio la orden de disparo a discreción, espalda, estómago, nuca, hombro y seguían en pie como si no les hiciesen daño las balas, parecían inmortales. Heidi gritó desesperada por el desgraciado incidente hacia su compañero y comenzó a disparar a todo lo que se movía, un disparo en el entrecejo hizo caer al primero sin miramientos. Los disparos provocaron que salieran más de múltiples puntos del complejo hospitalario.
-¡Cabrones, habéis contagiado a Paco! -chilló endiablada.
         Cuando sesaron los disparos y el perímetro fue asegurado, Corsario se agachó para recoger la chapa colgada del cuello del caído y le pegó un disparo en la cabeza haciendo que la joven diera un salto sorprendida y temeroza al no entender porque lo remataban. De pronto una mujer de mediana estatura a la que no habían visto porque salió de la nada le atacó de improvisto. Menta se lo quitó de encima con un contundente disparo en la sien provocando que la sangre impregnara el rostro del líder. Uno a uno de los que aparecieron atraidos por el ruido fueron cayendo bajo los terribles ataques y la joven aterrorizada huyó...



By José Damián Suárez Martínez

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